Si me pregunta el rayo de la luna
Dónde están tus profundos ojos negros,
Responderé que hay dos estrellas nuevas:
Adiós, mi compañero.
El trueno explotará en las soledades
De las lluviosas noches del invierno
Sin hallar tu ladrido por respuesta:
Adiós, mi compañero.
Las cuevas de tu oído se cerraron
A los sonidos, y te amó el silencio,
Y el silencio final hoy te arrebata:
Adiós, mi compañero.
Se derramó mi gozo en tu alegría
Convirtiendo mis juegos en tu juego,
Y mi caricia leve en tu lamida:
Adiós, mi compañero.
Y cuando la serpiente del dolor
Enroscó los anillos en tu cuerpo,
Mi sufrimiento fue al compás del tuyo:
Adiós, mi compañero.
Aunque te hice partir, no hubo abandono,
Mi mano en tí hasta el último momento,
Y aún hoy mi llanto como aquel instante:
Adiós, mi compañero.
Sé que en las tardes buscaré tu espalda,
Y a mis pies sólo habrá un soplo de viento
Que me dirá que pasas de visita:
Adiós, mi compañero.
Y sé también que libremente corres
Por un mundo mejor, campos abiertos,
Con aquellos que se te adelantaron:
Adiós, mi compañero.
Desde las altas torres de la aurora
Hasta las ruinas del ocaso en sueños,
Trotarás las estepas de las nubes:
Adiós, mi compañero.
Y en ocasiones detendrás el paso
Como si oyeras un rumor de lejos;
No es más que mi recuerdo que te añora:
Adiós, mi fiel, mi alegre compañero.
Poema de Francisco Álvarez Hidalgo
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